Un día como hoy, el 4 de julio de 1710 – hace ya más de tres siglos – fue asesinado Pablu Presbere, conocido en los registros coloniales como Pablo Presbere, el último gran Rey de las Lapas. Su crimen fue defender a su pueblo, su cultura y su tierra.
Su muerte marcó un punto de inflexión en la historia indígena costarricense, aunque durante mucho tiempo su nombre fue borrado de los libros oficiales.
El desprecio costarricense a su cultura.
Durante el proceso de construcción de nuestra identidad nacional, Costa Rica cometió un error grave: relegar a un segundo plano la historia de los pueblos originarios.
Por siglos, el relato dominante fue el europeo: los conquistadores “trajeron civilización y progreso”, mientras los pueblos indígenas fueron descritos como obstáculos o notas al pie.
Pero esa narrativa tiene grietas. Hoy sabemos que la invasión europea no fue un acto de civilización, sino de destrucción cultural y espiritual, que borró civilizaciones enteras, impuso lenguas, religiones y formas de vida ajenas a estas tierras.
Esa visión “europerizada” (sí, la palabra existe en espíritu, si no en el diccionario) nos enseñó a admirar los castillos de Castilla pero no las montañas sagradas de Talamanca. Nos hizo recitar nombres de conquistadores, pero olvidar los de nuestros verdaderos libertadores..
La rebelión talamanqueña: la chispa que encendió Presbere
En 1709, el cacique Pa Blü Pe Bere —que significa Rey de las Lapas, Hombre Tranquilo en lengua bribri— se alzó en armas junto con otros líderes como Pedro Comesala. Su objetivo era claro: detener la expansión colonial, liberar a su gente del trabajo forzado y defender la autonomía de los pueblos talamanqueños.
La rebelión fue sofocada con brutalidad. Presbere fue capturado y llevado a Cartago, donde fue torturado y ejecutado el 4 de julio de 1710.
Antes de morir, se negó a hablar en castellano. Dio su testimonio en bribri, como un último acto de resistencia cultural. Jamás delató a sus compañeros.
En ese gesto silencioso hay una fuerza que trasciende el tiempo: el recordatorio de que la dignidad puede resistir incluso en las cadenas.
La lucha de resistencia indígena.
Así como los mayas tuvieron a Jacinto Canek, o los pueblos lenca y quiché veneran a Kinich Yax Kuk Mo, Costa Rica tuvo en Presbere su propio libertador indígena.
Un rey que no gobernó desde un trono de oro, sino desde el corazón de la selva; un líder que no buscó poder, sino justicia.
Sin embargo, su nombre aún no figura entre los héroes oficiales de la patria. No aparece en los billetes, no se enseña con orgullo en todas las escuelas, y su día no se celebra como debiera.
Pero su espíritu sigue vivo en las comunidades bribris y cabécares, en los movimientos que defienden los ríos, los bosques y los territorios ancestrales.
Pablo Presbere es solo una versión españolizada de su nombre autóctono, como pasara con muchas palabras indígenas que persisten en nuestro idioma. El nombre correcto del Rey bribri es «Pa Blü Pe Bere»: Rey de las Lapas Hombre Tranquilo.
Talamanca antes de la conquista
Antes de la llegada de los españoles, la región de Talamanca (actual sureste de Costa Rica y parte de Panamá) estaba habitada por varios pueblos indígenas: bribris, cabécares, teribes y borucas, entre otros.
Eran sociedades con estructuras políticas propias, basadas en cacicazgos, con una economía de intercambio y una cosmovisión profundamente espiritual ligada a la naturaleza.
La selva y las montañas actuaban como murallas naturales. Gracias a eso, la colonización española avanzó muy lentamente en comparación con el Valle Central.
Mientras en Cartago se fundaban iglesias y haciendas, en Talamanca los pueblos mantenían su autonomía, sus lenguas y sus dioses.
Hacia finales del siglo XVII, los españoles intentaron someter Talamanca mediante un método llamado reducción, que consistía en concentrar a las comunidades indígenas en pueblos controlados por misioneros católicos, generalmente franciscanos.
Allí debían aprender el castellano, adoptar la religión cristiana y trabajar para el beneficio colonial.
Estas reducciones eran verdaderos centros de control político y cultural. Muchos indígenas fueron trasladados forzosamente desde las montañas hasta las zonas más accesibles, como Chirripó y Changuinola. Otros fueron tomados como mano de obra para las haciendas o enviados a Panamá.
La represión espiritual era dura: se prohibían las lenguas nativas, los ritos y la figura del awa (sacerdote tradicional). En su lugar, se imponía la misa y el bautismo.
El estallido de 1709
En este contexto surge Pa Blü Pe Bere (Pablu Presbere), un cacique bribri con enorme influencia sobre los pueblos de la región.
Para 1709, las tensiones eran insostenibles: los misioneros no solo imponían la fe, sino que destruían templos indígenas y secuestraban familias enteras para “cristianizarlas” en Cartago.
Cuando los indígenas de Talamanca supieron que varios líderes y mujeres habían sido capturados por los frailes y enviados como prisioneros, Presbere reunió a los caciques aliados y decidió actuar.
Lo que siguió fue una rebelión organizada, no una simple reacción impulsiva.
El movimiento se extendió rápidamente: los indígenas atacaron los pueblos de misión, quemaron iglesias y expulsaron a los frailes. Los cronistas españoles registraron que más de una docena de templos fueron destruidos, y que Talamanca entera se “alzó en armas”. Esta insurrección representó la mayor rebelión indígena en la historia colonial de Costa Rica.
El gobierno colonial de Cartago reaccionó con furia y organizó una expedición militar para “pacificar” la zona.
A pesar de la ventaja geográfica de los talamanqueños, las armas de fuego y la artillería ligera terminaron imponiéndose. Después de meses de enfrentamientos, Presbere fue capturado con engaños por un grupo aliado a los españoles.
Fue llevado encadenado hasta Cartago, donde fue torturado públicamente para que delatara a otros caciques. Nunca habló en castellano, ni pronunció el nombre de un solo aliado.
El 4 de julio de 1710, fue ejecutado en la plaza mayor de Cartago.
Los cronistas anotan que murió con serenidad, mirando a sus verdugos con firmeza, lo cual impresionó incluso a sus enemigos.
Tras su muerte, muchos pueblos regresaron a las montañas, replegándose a zonas donde nunca más serían completamente dominados.
La Corona española renunció prácticamente a colonizar Talamanca durante más de un siglo, considerando que era una empresa demasiado costosa y peligrosa.
Por eso se dice que Presbere ganó, aunque lo mataran.
Su sacrificio detuvo la colonización total de su pueblo, y permitió que los bribris, cabécares y teribes preservaran su cultura hasta nuestros días.
Su lengua, su espiritualidad y su forma de vida siguen vivas en el siglo XXI gracias a esa resistencia.
Un llamado al presente
Honrar a Pablu Presbere no es solo recordar una historia antigua: es reconectar con lo que somos.
Su legado inspira hoy las luchas por la defensa de la madre tierra, los derechos culturales y la autonomía de los pueblos indígenas.
Durante mucho tiempo, los libros escolares no mencionaron su nombre.
Recién en las últimas décadas, historiadores costarricenses, líderes indígenas y educadores comenzaron a rescatar su figura como símbolo de resistencia. Hoy existen escuelas, calles y monumentos que llevan su nombre, especialmente en el Caribe Sur y en Talamanca.
Reconocerlo oficialmente como Héroe Nacional sería un paso simbólico y necesario para sanar una herida histórica.
Quizás algún día, el 4 de julio deje de ser solo “el Día de la Independencia de Estados Unidos” en nuestras redes sociales, y se convierta también en el día en que Costa Rica celebra a su verdadero defensor de la libertad: el Rey de las Lapas.
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