Ah, Margaret Hamilton. Programadora, madre, símbolo feminista… y, al parecer, protagonista involuntaria de una telenovela de la NASA titulada “Código, Amor y Microchips”. Otra famosa falsa heroína del empoderamiento, galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad por "liderar el equipo que creó el software de vuelo" para las misiones Apolo, cuando ya las misiones al espacio llevaban años trabajando.
Según la leyenda moderna (escrita con emojis de cohete y hashtags como #WomenInSTEM 🚀✨), Margaret fue la brillante mente que “lideró el software que llevó al hombre a la Luna”. Tan épico que uno esperaría que Neil Armstrong bajara del módulo lunar agradeciéndole personalmente.
Pero, claro, la historia real es un poco menos cinematográfica y un poco más corporativa con tintes románticos.
Margaret Hamilton. Mujer. Programadora. Símbolo feminista. Y, según las redes sociales, la mujer que “escribió el código que llevó al hombre a la Luna”. Una frase tan poderosa que nadie se detuvo a preguntar: “¿Y si el cohete ya había despegado cuando ella llegó a la fiesta?”
La verdad no le sirve al marketing.
Cuando Margaret fue nombrada líder del software Apolo, el Apolo 8 —sí, ese que dio la vuelta a la Luna— ya estaba listo para su misión. Es decir: el software ya estaba hecho, probado y funcionando. Su entrada fue como la del entrenador que llega a la final del Mundial solo para levantar el trofeo.
Antes y después, el verdadero liderazgo del desarrollo del software estaba a cargo de los directores del proyecto, George Cherry y luego, Russ Larson. Como consta en las biografías escritas por los ingenieros que participaron del proyecto.
El software estaba terminado, los astronautas ya habían vuelto con souvenirs lunares, y la NASA pensaba en su próximo presupuesto. Pero la historia necesitaba una heroína, no una nota a pie de página.
Cómo conquistar la Luna… empezando por el corazón del jefe.
Nuestro cuento espacial se vuelve romántico.
El verdadero giro argumental llega cuando descubrimos que Margaret fue nombrada líder nada menos que por su jefe, Dan Lickly.
¿El mismo Dan Lickly de quien era amante? Exactamente.
¿El mismo Dan Lickly con quien luego se casó? Bingo.
¿El mismo Dan Lickly que luego la ascendió? El mismo.
Hamilton obtuvo el puesto de líder del equipo de 400 ingenieros que escribió el software del Apolo, directamente nombraba por Dan Lickly, el hombre con quien se acostaba (a escondidas de su esposo) y con quien se casaría posteriormente.
Su prometido la pone a cargo cuando el proyecto ya estaba concluido y reduciendo personal, junto antes de que él renunciara para iniciar su propia empresa.
Hamilton no solo no lideró el software Apolo como se implica, sino que toda su permanencia en el programa es sospechosa porque el 100 % de ella fue organizada por su esposo, quien era su prometido cuando la contrató, la asesoró cuando le dieron un pequeño equipo y luego la ascendió inmediatamente.
La historia de Margaret Hamilton podría inspirar una telenovela. Llega como una novata, se divorcia en el año 1967, la asciende su pareja en el 1968 y queda como la jefa en el 11969. ¡Toda una historia de superación! Hollywood no lo hubiera escrito mejor: él le da el puesto, renuncia poco después, ella queda a cargo del proyecto ya terminado… y el resto es historia (literalmente, en Wikipedia).
El periodista que la entrevistó después tuvo la elegancia de llamarla Mrs. Lickly. ¡Qué detalle!
Si esto no es una historia de “empoderamiento romántico con privilegios administrativos”, no sé qué lo es.
400 ingenieros, una mujer y mucho marketing
El equipo del software del Apolo contaba con más de 400 ingenieros, entre ellos verdaderas leyendas como Hal Laning y Hugh Blair-Smith, que diseñaron el núcleo del código y la arquitectura del sistema AGC (Apollo Guidance Computer).
Pero claro, ninguno de ellos tenía el beneficio de una buena narrativa publicitaria ni la bendición de las revistas de los años 2000 buscando una “figura femenina inspiradora”. Ya hablé en el artículo sobre
el fraude de Hedy Lamarr como se crean figuras heroicas femeninas a partir de una buena historia.
Si hay algo que Margaret entendió mejor que nadie fue el poder del marketing visual. Esa famosa foto suya, sonriendo junto a una montaña de papeles más alta que ella, recorrió el mundo con el título:
“Ella escribió todo el software del Apolo.”
Hermoso. Emotivo. Completamente falso.
Algunos incluso se atreven a añadir: "¡Y lo escribió completamente a mano!"
La pila de papeles era el trabajo impreso de todo un equipo de 400 ingenieros. Pero en la era moderna, los matices no importan si tienes una buena historia y un ángulo de cámara inspirador.
Así, de pronto, los años 60 pasaron de ser una era dominada por ingenieros militares con anteojos gruesos a una historia donde una sola mujer “escribió todo el software”. Casi como si hubiera tipeado el código entero con una mano mientras se encrespaba las pestañas con la otra.
Como toda buena leyenda moderna, la epopeya de Margaret Hamilton no nació en un laboratorio de la NASA, sino en el altar del periodismo de click fácil. Y como suele pasar con las mentiras elegantes, todo empezó con un artículo de 2015 firmado por Dylan Matthews —el San Pablo del portal Vox—, que decidió canonizarla como “la mujer que salvó el Apolo 11”.

Según Matthews, Hamilton habría previsto un desastre catastrófico durante el alunizaje y, gracias a su genio divino, creó algo llamado “ejecutivo asincrónico”, un sistema de software tan brillante que, al parecer, también podía preparar café mientras salvaba astronautas.
Pero, sorpresa: cuando uno sigue el enlace de su propia “fuente”, descubre que el texto no tiene absolutamente nada que ver con ella. Es como citar un manual de cocina para probar que Einstein inventó el microondas.
El libro al que Matthews hace referencia menciona a Hamilton de pasada —como quien anota “gracias al gato” en los créditos—, y no contiene ni una palabra sobre ese supuesto invento heroico. Sin embargo, el artículo le atribuye la autoría total del sistema, como si ella hubiera bajado de los cielos con un teclado y una túnica blanca, diciendo: “Que se ejecute el código”.
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Hal Laning, el verdadero salvador del Apollo 11 |
La triste (y aburrida) verdad es que Hamilton no inventó el software, ni el sistema, ni el concepto, ni el algoritmo. El verdadero cerebro detrás del “ejecutivo asincrónico” fue
Hal Laning, un hombre con más fórmulas que selfies, que diseñó la arquitectura que realmente salvó la misión.
Don Eyles, otro ingeniero de la época, confirmó esto en sus memorias. Y, de paso, lamentó —con esa cortesía pasivo-agresiva tan propia de los técnicos ignorados— que el mito de Hamilton haya opacado por completo los logros de Laning.
¿De dónde surgen estas afirmaciones, sobre los supuestos logros de Hamilton, si los mismos ingenieros que trabajaron con ella la contradicen? Básicamente, los redactores de notas virales de esos sitios dedicados al clickbait se basaron en las mismas declaraciones de la página web de la compañia de Hamilton. ¡Una fuente imparcial sin duda!
Así, la historia oficial terminó coronando a Margaret no por escribir código, sino por haber sido el rostro más fotogénico para la foto de portada. Porque en la era posmoderna, los héroes ya no se construyen con logros sino con relaciones públicas.
El marketing llega a la Luna
Décadas después, en 2016, mientras Obama recorría la Casa Blanca y ya habia notado que saludar de puño a todos los de limpieza ya no atraía la atención mediática, decidió que era hora de repartir nostalgia condecorada. Margaret recibió la Medalla Presidencial de la Libertad por “liderar el software que llevó al hombre a la Luna”.
Traducción libre:
“Necesitábamos una historia inspiradora con rostro humano. Y ella tenía las mejores fotos.”
Un reconocimiento 50 años después, cuando ya nadie iba a revisar las actas del personal técnico.
Una movida maestra: empoderamiento retroactivo, porque eso es lo que hacen los políticos, darle medallas para hacer a gente importante, te hace quedar bien y dice que tú mismo eres importante.
Hoy, Margaret es ícono de camisetas, stickers y posts de LinkedIn donde se la muestra junto a una pila de papeles del tamaño del Everest, bajo la leyenda: “Ella escribió el código que nos llevó a la Luna”.
Lo cierto es que sí, los papeles eran reales —una copia impresa del código que miles de ingenieros escribieron—, pero la historia de “la mujer que lo hizo sola” es tan verídica como decir que Jeff Bezos empacaba cajas de Amazon con sus propias manos.
Mientras tanto, los verdaderos arquitectos del código —Hal Laning, Hugh Blair-Smith y otros héroes sin branding— siguieron siendo nombres que nadie googlea.
Conclusión:
Margaret Hamilton fue una ingeniera creativa que tenía buen olfato para saber con quien usar sus habilidades sociales. No es tanto una villana como un producto del marketing histórico, esa fábrica moderna que transforma cualquier anécdota en mito feminista con música épica de fondo.
¿Fue competente? Sin duda.
¿Fue pionera? Es posible.
¿Fue la mente brillante detrás del Apolo? Por favor.
Pero, en un mundo donde los likes pesan más que los logros, Hamilton pasará a la historia como la mujer que escribió el código... aunque el código ya estuviera volando antes de que ella entrara a la sala.

No se trata de destruir ídolos, sino de entender cómo se fabrican.
Margaret no fue la villana, sino el símbolo perfecto para una época que ama los relatos inspiradores más que la verdad.
Hamilton sí tuvo un papel significativo en el desarrollo del software de vuelo de las misiones Apolo, especialmente en aspectos de detección de errores, recuperación de fallos y priorización de tareas críticas. Básicamente, tareas de depuración de software. Pero las fuentes no corroboran las afirmaciones dramáticas que suelen circular sin respaldo documental.
Su historia fue cuidadosamente editada, con un toque de feminismo pop, un romance institucional, y una foto que parece salida de un comercial de IBM. Y así, la historia real del software lunar se convirtió en la mejor campaña de relaciones públicas de la NASA.
Al final, Margaret no conquistó la Luna, pero conquistó algo mucho más difícil: la narrativa.
Fuentes:
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