Frida Khalo, la falsa ícono del empoderamiento.


La imagen de Frida Kahlo es hoy un emoji cultural. Todo el mundo la reconoce: las cejas que parecen haber firmado un tratado de paz entre sí mismas, las flores en el pelo y esa actitud de indígena altanera que se pasea por camisetas, tazas, pósters y hasta calzones de hipsters. Es un ícono pop, un souvenir con patas.

Muchas personas se disfrazan de Frida en fiestas mexicanas e imprimen su imagen en infinidad de productos, desde camisetas y tazas hasta pósters y pinturas. Una figura que ha pasado a la memoria colectiva como un ejemplo de mujer aguerrida y “empoderada”.

Y lo irónico es que la Frida real se parecía poco al personaje de “mujer indomable y empoderada” que venden en Etsy.

Detrás de su imagen pretenciosa que mezclaba un postureo de intelectualidad e indigenismo, se encontraba una mujer emocionalmente doblegada a su marido infiel, anti nacionalista y de raíces judeo-hispánicas. Completamente lo opuesto a su apariencia de mujer indígena indomable, su padre fue un fotógrafo germano-húngaro, mientras que su madre era de ascendencia española.

Frida, la mujer detrás de las cejas


La artista mexicana es recordada por sus autorretratos, su estilo inconfundible y, cómo no, por esa aura de mujer fuerte que se volvió símbolo feminista. Sin embargo, si viajáramos en el tiempo a las marchas actuales con un cartel que dijera “Abandona a tu Diego Rivera”, probablemente Frida sería la primera en ignorarnos.

Porque sí: detrás de la mujer que parece capaz de incendiar un imperio con la mirada, estaba alguien emocionalmente dependiente de Diego Rivera, un muralista que coleccionaba amantes como estampitas… incluida la hermana de Frida. ¡Nivel de telenovela mexicana desbloqueado!

Ella lo perdonaba una y otra vez. Oficialmente decían que tenían una “relación abierta”, pero más que apertura era resignación. Frida no quería perder a Diego, aunque él la tratara como adorno desechable en sus murales.

Cartas, cuernos y resignación con brocha gorda



Frida nunca pudo ponerle un alto a  Diego, a pesar de que según cuenta Elena Poniatowska, en su libro Querido Diego, te abraza Quiela, este era una persona machista y controladora. Esta incapacidad de alejarse de la persona que le hacía daño quedó plasmada en las cartas privadas que publicó el famoso libro ‘Nunca te olvidaré, Frida Kahlo’.

«No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y sufrí mucho, la vez, todas las veces que me pusiste los cuernos… No sólo con mi hermana sino con otras tantas mujeres… ¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mí, primero por mí porque nunca he podido entender ¿qué buscabas, qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas qué yo no te di? Porque no nos hagamos pendejos Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos, ahora bien, cómo carajos lo haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo hijo de la chingada».


Diego, por su parte, también cumplía su rol de cuidador tóxico: la apoyaba económicamente, le ayudaba con sus tratamientos médicos y hasta terminaba algunos de sus cuadros. Vamos, que hasta en el arte la sombra de Diego estaba metida hasta la médula de Frida.

“Me acogiste destrozada y me devolviste entera, íntegra”, le escribió Frida a su esposo. No era para menos, ya que las constantes cirugías y los tratamientos que requería Frida eran una carga económica que no podría afrontar sola.

Siempre que estuvo en apuros, Diego estaba ahi, el hombre con quien se volvió a casar tras divorciarse.

La fábrica del mito Frida



¿Quién convirtió a Frida en icono pop antes de que Andy Warhol siquiera pensara en sopas Campbell?

El fotógrafo Nickolas Muray, amante suyo y campeón olímpico de esgrima (porque en la vida real los triángulos amorosos siempre tienen un personaje random). Sus fotos coloridas fueron las que le dieron a Frida ese aire de postal mítica. Gracias a otro hombre, Frida se convirtió en un ícono feminista popular antes de que otros hicieran triunfar el Pop Art.

Según confesó Cristina Kahlo, fotógrafa y sobrina nieta de Frida, en una de sus últimas exposiciones fotográficas: “Frida Kahlo es un icono del feminismo a partir del libro biográfico que escribió Hayden Herrera, Frida A biography of Frida Kahlo. Fueron las mujeres chicanas en EU las primeras en tomarla como un estandarte del feminismo”.

Gracias a un libro, Frida pasó de ser “la esposa sufrida de Diego” a “la santa patrona del feminismo de Instagram”.

¿Frida feminista? Bueno… Frida nunca se declaró feminista. No que el movimiento le fuera desconocido, ni nada parecido. Lo suyo era el comunismo, el performance político y un crush con Trotsky (sí, ese Trotsky). Y según algunos chismes históricos, después lo traicionó para quedar bien con Stalin. Porque si vas a equivocarte en la vida, que sea a lo grande.



Eran otros tiempos. Hay que entender que la mayoría de las acciones de Frida eran un mero performance. Frida Kahlo era un personaje. Su apariencia, sus amoríos de prensa rosa, su militancia política, todo era una actuación de un ser humano que sufrió mucho, tanto en la precaria salud de su cuerpo, como en su mente, y que intentó como muchas personas, sobrevivir con las pocas cartas que el destino le puso.

La mujer detrás del performance de Frida Kahlo fue una persona real que sufrió como pocas: un accidente devastador, decenas de cirugías, una salud frágil y un corazón obsesionado con un muralista tragón y mujeriego. Siendo frágil, creó un personaje fuerte, un personaje con flores, cejas y política, y ese personaje sobrevivió a la mujer de carne y hueso.

Hoy, ese personaje vende más que Starbucks: camisetas, stickers, disfraces y hasta piñatas. La Frida real, en cambio, sigue recordándonos que la fortaleza aparente puede ser solo maquillaje encima de una herida mal cerrada.

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