De diosas nazis a botín de guerra: la historia que nadie quiere que sepas.


El cruel destino de las mujeres alemanas en la Segunda Guerra Mundial

(spoiler: no todo fue propaganda nazi y saludos marciales)

Si uno escucha la retórica nazi sobre la mujer, parece un catálogo de propaganda fitness con maternidad incluida: madres robustas, atléticas, llenas de hijos, premiadas con medallas por su capacidad de parir como impresoras HP. Hitler, que además de dictador era un obsesivo del “proyecto a mil años”, veía en los úteros alemanes la fábrica del Reich.

Así que las chicas entraban desde niñas a la Bund Deutscher Mädel (Liga de Muchachas Alemanas), donde la rutina era correr, saltar, nadar y, en resumen, entrenarse para ser la versión nazi de una influencer moderna de vida sana. 

Todo muy bonito hasta que la guerra se salió de control y, claro, las fábricas y los campos de batalla también empezaron a necesitar manos femeninas.

La guerra no es solo cosa de hombres

Aunque el sueño nazi exhaltaba el papel maternal de la mujer, tratando de alejarla de los trabajos manuales y de las fábricas, a medida que la guerra avanzó, el esfuerzo bélico requirió que las mujeres se incorporan parcialmente a la guerra. En ningún caso las mujeres alemanas se mantuvieron ajenas al conflicto que pasaba a su alrededor y su papel como apoyo, colaboradora o incitadora era exactamente el mismo que cubrían las mujeres del bando aliado. Antes y durante la guerra, la mujer tuvo un papel tanto activo como indirecto en el conflicto.

Mientras el cine épico insista en mostrarnos que la guerra la pelean solo tipos con cascos y rifles, la realidad es que las mujeres también estaban metidas en el asunto. Algunas incluso empuñaron armas, como aquellas viudas alemanas desesperadas o las soviéticas que pilotaban aviones de noche con más precisión que un GPS.

Pero la mayoría no estaban en trincheras, sino en la retaguardia: apoyando, cuidando, resistiendo. Y finalmente, escondiéndose en sótanos cuando Berlín se vino abajo bajo el asalto de un millón y medio de soldados soviéticos. Sin embargo, fuera de esa minoría que toma acción directamente, ¿qué pasa cuando la guerra llega a las puertas de las mujeres no-combativas? ¿Qué pasa cuando ya no pueden huir?

Mientras unos 40.000 adolescentes y ancianos trataban de frenar el avance rojo, alrededor de un millón de mujeres alemanas se refugiaban bajo tierra, esperando que el horror pasara por encima sin arrasarlas. ¿Podrían haber cambiado la historia si se hubieran lanzado al combate? 

Imposible saberlo, pero la historia hubiera juzgado diferente: si son hombres los que se esconden, los llamaríamos cobardes; si son mujeres, se les reconoce el instinto de sobrevivir.

Adaptarse o morir

La derrota trajo consigo lo peor: violaciones masivas, venganzas y abusos por parte del Ejército Rojo. Los rojos venian con sed de sangre, dispuestos a retribuir las barbaries que los nazis hicieron en su tierra. No hubo edad segura: desde niñas hasta ancianas sufrieron todo tipo de violencia.

Y después del caos, llegó la estrategia de supervivencia. 

Muchas mujeres pasaron de víctimas a “negociadoras”: buscaban un soldado en particular y se entregaban a él a cambio de protección y comida. Un pacto macabro, pero eficaz para seguir vivas. Ahí se difuminaba la frontera entre prostitución forzada y supervivencia pragmática.

Un soldado soviético paseando con su novia alemana, observado por soldados estadounidenses, Berlín, 1945. Fotografía: Colección Hulton-Deutsch/CORBIS

Pero no juzguemos tan rápidamente a las mujeres alemanas como unas descaradas. La historia nos recuerda que esto no era nuevo: pasó en las invasiones mongolas, en las guerras púnicas y hasta en la Segunda Guerra Sino-Japonesa. Pasado el choque inicial, las altivas mujeres del bando perdedor rápidamente se adaptaron a su nueva condición de botín de guerra.

La biología manda: sobrevivir primero, preguntar después.

Aquí es donde podemos hacer una pausa para analizr la diferencia cultural que tanto se repite: el honor y el deber eran valores masculinos forjados en la caza, la guerra y la camaradería tribal. Para los hombres, romper esas reglas era traicionar a la manada.

Las mujeres, en cambio, respondían a otro software instalado de fábrica: asegurar la supervivencia a través de la adaptación. Cambiar de grupo, ajustarse al nuevo orden y, si es necesario, reescribir su propia narrativa emocional para convencerse de que siempre fue así.

¿Suena frío? Puede ser. ¿Práctico? Sin duda. Y a veces esa flexibilidad les permitió sobrevivir donde los hombres morían abrazados a ideales abstractos.

El paraguas de la historia

La lección aquí no es juzgar, sino entender. Igual que no nos enfadamos con la nube por llover después de habernos dado sombra, tampoco podemos exigir que la biología juegue con las reglas del “honor caballeresco”.

Al final, la mujer que hoy promete amor eterno puede mañana recablear su mente y convencerse de que el siguiente será su amor de siempre. No porque sea hipócrita, sino porque su cerebro está diseñado para sobrevivir.


La historia de las mujeres alemanas en la Segunda Guerra Mundial no es solo tragedia que la narrativa oficial insiste en ocultar. Es un recordatorio brutal de cómo el instinto, el miedo y la adaptación pueden más que cualquier ideología o propaganda, más fuerte que el patriotismo o la religión.

Dejemos de lado los juicios éticos o morales que pudieran desprenderse de esta realidad. Lo importante es entender la realidad, no enojarse con lo que no puedes cambiar, como no debes enojarte con la nube que te moja si antes te dió sombra.

Lo que puedes hacer es entender y aceptar que eventualmente te va a mojar y llevar preparado un paraguas para cuando llegue el momento.

Eventualmente la mujer que hoy te acompaña, la que te jura amor eterno y lealtad con toda la violencia de su corazón, podrá cambiar de sentimientos tan fácil como un soplo de brisa, y amará al siguiente con la misma intensidad, con la misma honestidad.

Su cerebro esta capacitado para recablearse y retroactivamente redirigir sus sentimientos para crear una ilusión de coherencia, convencerse a sí misma que estos han sido siempre sus verdaderos pensamientos.

Y esto puede pasar, una, y otra, y otra vez…

Y sí, es incómodo de ver, pero también fascinante.

No hay comentarios